Por: Vanessa Job**
Fotografías: Eduardo Lazo/emeequis
Cuando se monta en bicicleta, los pies del ciclista dejan de tocar el piso. Se avanza como suspendido en el aire. Comienza el vuelo y las bicis flotan a ras del suelo. Cuando las bicis son fantasmas, su altura sobrepasa a los autos, usan los toldos como el pedazo de asfalto que les negaron. Se deslizan sin más temor a los autos y los camiones. Bicis fantasma han comenzado a poblar las calles de las ciudades mexicanas luego de que nacieron y se multiplicaron en Estados Unidos y otros países. Han llegado aquí por las peores razones: porque cada una recuerda a un ciclista que ha muerto atropellado.
Óscar se despidió de Liliana con un beso apurado. Se le había hecho tarde. Había apagado el despertador por las ganas de seguir entre sueños. Se supone que debía estar en el trabajo a las nueve, pero a esa hora todavía estaba acurrucado con su pareja. Habían iniciado su relación hace año y medio y apenas tenían seis meses viviendo juntos en la colonia Portales. Así que entre ellos todo era aún de color pastel, como las ilustraciones que ella hacía profesionalmente para vivir. Ese día era cumpleaños de la hermana de Liliana. Irían a brindar con ella. Se citaron a las ocho de la noche afuera del Metro. Él no podía saberlo todavía, pero ella no iba a llegar.
El 15 de mayo pasado, Liliana Castillo Reséndiz pedaleaba la bici de Óscar por avenida Universidad hasta que topó con el cruce de la calle Mayorazgo. Intentó cruzar por encima de las cebras blancas, pero los autos parecían una manada histérica que corría como si el pavimento les quemara las patas.
Mauro Gerardo Martínez Toussaint de 23 años iba en la manada; conducía un auto Matiz. Sin mirar y a exceso de velocidad, le pegó de lleno a la bici de Liliana y siguió apretando el acelerador contra el cuerpo de la joven, que tenía su misma edad. El auto giró hasta quedar volteado y el cabello negro de Liliana quedó enredado en las ruedas de la bici, su pierna rota y su cráneo seriamente lastimado. Llevaba identificación oficial, pero ingresó al hospital Xoco en calidad de desconocida. Su familia tardó más de 24 horas en encontrarla; aún estaba con vida.
La muerte no la tuvo fácil. Luego de siete días de terapia intensiva, el calendario marcaba el 22 de mayo. Un sismo de 5.9 grados en la escala Richter sacudió a la ciudad de México a las 2:24 de la tarde. Irónicamente, Lili como la llaman sus amigos, nació en 1985, el año del sismo en las faldas del Cerro del Chiquihuite. La Tierra con una sacudida grande la trajo al mundo y con otra se la llevó.
Óscar Pereyra regresó a casa y no en contró a Liliana. Ya no escuchó la música a todo volumen de Patti Smith, Luca Prodan, Leonard Cohen o Tom Waits. No la vio más trabajar en sus dibujos, montada en la silla color rojo y en el escritorio sobre el que diseñó unos cuentos para niños que fueron reconocidos por el Conaculta (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes). Terminaron los días en que Liliana salía en su bicicleta hacia la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), en donde estudiaba su segunda carrera, esta vez para ser actriz. Con el corazón sin modo de reversa, Óscar no supo qué hacer y se puso a escribir:
"A veces pensamos que los accidentes están lejos de la probabilidad, que no se nos acercan; pensamos estar seguros de por vida. Lamentablemente, y de repente, la verdad nos sacude y nos tira al suelo. El cuerpo de Liliana cayó, mas su espíritu por ahí anda de seguro libre. […] La vida para ella era un juego: ir por huevos, por ejemplo, diversión; caminar a altas horas de la noche riéndonos a carca jadas y besándonos; la sangre hirviendo, el fuego por todas partes. Éramos vagos los dos, sin miedo al futuro. […] Podías, junto a ella, dejar el miedo en tu casa, ponerte los ojos de la sorpresa y des cubrir la belleza en todas las cosas, inclusive hasta en las cosas más feas".
Embrujada la chica, con sus dedos de rama, dibujando la belleza de sus días en finos, cautelosos y detallados trazos. Em brujada la casa, cada segundo del minuto, embrujada la vida. Con ella, el tiempo hacía las maletas y se iba de tu vida. Pero ella se fue de mi vida y ya no tendré esa carne y esa sonrisa mañana.
Antes de cerrar el archivo donde le escribió a Liliana,Óscar se lo envió a los amigos. De correo en correo, la noticia llegó hasta los ciclistas de la ciudad de México y a los miembros de Bicitekas, A. C., que pensaron en impulsar las bicis fantasma para honrar a los ciclistas y darle alas a las máquinas aplastadas.
Las bicicletas fantasma que circulan por la ciudad son un monumento a la memoria de los ciclistas atropellados mientras rodaban en las calles. La primera apareció en Saint Louis, Missouri, en 2003, y desde entonces el movimiento se ha extendido por 80 ciudades de diferentes países, como Australia, Brasil, República Checa, España, Hungría, Irlanda, entre otros.
Los ciclistas pintan de blanco fosforescente la bicicleta y la fijan al sitio en donde sucedió el accidente. La idea es que las personas que transiten por ahí sepan que un ciclista murió en ese lugar, aunque el principal objetivo es demandar a los gobiernos mejores condiciones para las y los ciclistas. La primera bici fantasma en México fue la de Liliana y apareció el 10 de junio de 2009.
La gente que ama la bici suele reunirse a las nueve de la noche en el Ángel de la Independencia cada miércoles para dar un paseo por la ciudad. En esa ocasión cientos de personas llevaron flores blancas, veladoras, globos. Prendieron las luces intermitentes de sus bicis y se encaminaron hasta el lugar del atropellamiento en avenida Universidad.
Armando Roa armó un collage con imágenes de accidentes de bicicleta. Su idea era mostrar que en esta ciudad –tan enferma de autos– estamos sometidos a un bombardeo, un ataque descarado a la población civil, a los peatones y a los ciclistas. La única diferencia es que aquí las bombas son los automóviles. Un familiar de Liliana tocaba música con sabor a blues. “Aquí me quedo entonces arriba de mi bici, mientras sigo imaginando, salto y zigzagueo la ruta con el alma pedaleando”, recitó Nancy Salcedo, integrante de Bicitekas.
Tocó el turno a Rodrigo Solís: “La señora salía del tra bajo y está trabajando el taxista. Yo sólo paseo, paseaba… pensando cuánta gente muere asesinaba por buena gente, gente que pensaba, que pasaba…”. Amarraron a un poste la destellante bici fantasma con dos fotografías de Liliana como a ella le hubiera gustado verse: con esos ojos grandes a los que Óscar describe como los de un venado, y metida en una carpa de teatro.
Desde ahí, mira incisivamente a todos los que pasan por el cruce y por unos instantes dejan su trance de automovilistas para mirarla un poco. Todos los ciclistas escribieron con plumón negro pensamientos para la joven, que tenía auto, pero era más feliz en bici. “Pedalea por siempre”, se lee en el manubrio. Los mensajes escritos con plumón empiezan a sucumbir ante la insistente lluvia, pero acompañan a la bici fantasma. Ahí, junto a ella, quedó la vida de Liliana.
“Demandamos respeto. Estamos haciendo un gran esfuerzo por hacer una ciudad más amable, por mejorar la vida de todos lo que vivimos en ella, la calidad del aire”, dice Areli Carreón, presidenta del consejo directivo de Bicitekas.
Según esta organización, 126 personas fueron golpeadas por un automóvil en el Distrito Federal en 2007. A dos años de la puesta en marcha del Plan Verde, cuya meta es lograr que 5% de los viajes en la ciudad de México se realicen en bicicleta, los ciclistas urbanos aún son víctimas de diversas agresiones por parte de automovilistas.
Óscar, músico y novio de Liliana, creó la Fundación Liliana Castillo, con la que se buscará publicar la obra de la corta vida de su pareja. Pide que “la gente que conduce se dé cuenta de que los que andamos en bici no somos unos locos, tarados o jodidos; que somos igual que ellos, de carne y hueso, somos vulnerables y merecemos respeto”.
“Los ciclistas urbanos estamos poniendo nuestro granito de arena para mejorar la caliadad de vida en la ciudad y para actuar contra el cambio climático; sin embargo, somos víctimas de insultos y agresiones a veces fatales por parte de los automovilistas”, denuncia Mariana Sánchez a nombre de Biciellas.
Bajo un cielo de ensueño, allá fue a dar Estela. Dicen que mientras bajaba por la pendiente del puente gritó que no podía frenar la bici azul. El aire agitaba su cabello y no sabía cómo controlar la Benotto que le habían prestado en una de las biciestaciones del Gobierno del Distrito Federal. Junto con un amigo había tomado la ciclopista y cruzado el i nclinado puente por encima del Periférico que une la primera con la segunda sección del Bosque de Chapultepec. Utilizaba el casco reglamentario, pero de poco le sirvió porque al descender del puente la velocidad aumentó rápidamente por lo pronunciado de la pendiente. Se impactó de lleno contra un auto Toyota Corola que iba circulando.
La puerta del auto quedó abollada y el parabrisas estrellado. Ahí quedaron los sueños de una joven de 18 años que usaba la bici como diversión. El 20 de junio quedó marcado en la vida del padre de la ciclista. “¡Un coche mató a Estela!”, avisó por teléfono celular a otros familiares. De cuclillas, viendo el delgado cuerpo de su hija, encontró en el suelo la cadena de plata con el dije en forma de luna que usaba Estela. Según la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, la automovilista Ivonne Taodi Estefano, de 51 años de edad, fue detenida y remitida ante el Ministerio Público. Areli Carreón explica:
Este puente es una infraestructura peatonal de la década de los cincuenta y es claramente inadecuada para el tránsito en bicicleta. De acuerdo con manuales de construcción i nternacionales, la pendiente no debería superar 5 por ciento de i nclinación, además de contar con una barrera física para proteger a los usuarios. El puente en donde ocurrió este accidente tiene una pendiente promedio de 30 grados y no cuenta con barrera física protectora, pero además desemboca directamente sobre la lateral del Periférico, en donde los autos circulan a alta velocidad. Ninguna señal alerta sobre este peligro y era obvio que un accidente así podía ocurrir.
"[…] Le hemos solicitado al gobierno del DF en repetidas ocasiones que corrija los defectos de las ciclopistas. No hemos sido escuchados. Nos preocupa que, como resultado de la promoción del uso de la bicicleta y la popularidad que está ganando este vehículo, más ciclistas novatos puedan perecer al usar una infraestructura inadecuada".
Esa fue la segunda bici fantasma que existió en México. Los ciclistas y los Bicitekas se reunieron de nuevo para hacer un llamado de atención. Fue el domingo 19 de julio pasado. Miles de personas estaban en las calles disfrutando el cada vez más concurrido ciclotón. La procesión luctuosa en honor de Estela fue sumando gente conforme avanzaba por Paseo de la Reforma. Esta vez, los activistas fueron más allá. Luego de avanzar un tramo, se dejaban caer de sus vehículos de dos ruedas al mismo tiempo, como si hubieran sido atropellados. Uno, dos, tres, 40 niños, mujeres y hombres tirados a lado de sus bicis en plena calle.
Los paseantes los veían asombrados. Esta estrategia–un performance de nombre Die in– fue creada por los ciclistas de San Francisco, en Estados Unidos, para protestar por las muertes. Los ciclistas traían en una bicicleta de carga la bici fantasma de Estela y gritaban que la llevaban porque la habían atropellado. Llegaron al lugar del accidente y simbólicamente clausuraron el puente y montaron la bicicleta fantasma.
“Es urgente que las secretarías de Transporte y de Seguridad Pública intervengan para garantizar la seguridad de los ciclistas que usamos las vialidades del DF. La bicicleta no es sólo un vehículo recreativo y deportivo para el ciclotón o los cierres dominicales: es un medio de transporte sustentable que debe ser contemplado en el Plan Integral de Transporte y Vialidades de la ciudad”, dice Areli.
El oficial de policía en bicicleta Ignacio Santiago Martínez hizo el habitual rondín por la colonia Hipódromo Condesa la noche en que iba a morir. Se levantó a las 4:30 de la madrugada, se despidió de Ángel, su bebé de dos meses; de su hijo Cristian, de dos años, y de su esposa Zenaida.
Llegó puntual a su trabajo a las seis de la mañana, después de tomar dos peseros desde Ecatepec, en el Estado de México. Era el 18 de julio y ya i ba a terminar su jornada cuando una joven y su amiga pidieron apoyo. Tenían un problema de copas. El novio de una de ellas había bebido demasiado y estaba necio en manejar. Pidieron a los policletos que les ayudaran a controlarlo.
El oficial Martínez y su pareja Israel González Martínez descendieron de sus bicis. Intentaban someter al novio, cuando Jaime Velásquez Aguillón los impactó a toda velocidad con su Pointer gris. Esa noche Jaime, de 39 años, mató al oficial Martínez, dejó huérfanos a dos niños, viuda a Zenaida y lesionó a otros dos oficiales y a tres civiles. El oficial González no encontraba a su compañero, hasta que lo vio debajo de las llantas del auto. Lo había arrastrado alrededor de 100 metros. Falleció a los 26 años.
Los ciclistas se reunieron una vez más en el Ángel de la Independencia. Eran más de cien y estaban indignados por tener que colocar en menos de tres meses la tercera bici fantasma. Primero la de Liliana, quien la usaba como modo de transporte; luego la de Estela, que la utilizaba para divertirse, y ahora la de un policía que la usaba como medio de trabajo. Incienso, flores, veladoras y un concierto de campanitas de bici para recordar al oficial caído. Todos se quitaron el casco. Estaban presentes los policletos de la zona y la familia.
Fijaron la bici blanca a un árbol cerca del lugar del accidente; le colocaron una cinta que dice “Prohibido el paso” y una figura prehispánica con incienso para que lo acompañe. Uno de los asistentes rezó por el comandante Martínez y porque se proteja a todos los ciclistas. Zenaida no dejó de arrullar al bebé todo el tiempo. Lo apretaba duro contra el pecho y le pedía a Dios que le dijera a su esposo que los cuidara desde el cielo. No podía asimilar que él ya no estuviera, que ya no le pediría por las noches que le preparara de cena las enchiladas que lo enloquecían.
Al momento de su muerte, el oficial Martínez se encontraba muy entusiasmado con el trabajo. Tenía el proyecto de construir una casa en Veracruz, donde se conocieron él y su esposa, y dejar de pagar los 700 pesos de renta que le costaban tanto. Ella no trabaja y no tiene claro cómo se las va arreglar. Para el velorio los compañeros de Santiago cooperaron para las veladoras y el café. Frente a la bici fantasma se podía ver a los policletos subidos en sus bicis, sin calcomanías antirreflejantes, sin luces. Apenas llevan su casco, que a veces se ponen al revés.
—Ignacio Santiago Martínez —rompía una voz a cuello la oscuridad.
—¡Presente! —gritaron a coro tres veces.
Una trompeta, nada de sonrisas y la bici fantasma alumbrada por la luz del farol. La medianoche acechaba.
* Reportaje publicado en: revista emeequis, 28 de septiembre de 2009, pp. 37-42, México. Agradecemos a la autora y a la revista la autorización para la reproducción de este material. Véase http://www.m-x.com.mx/.
** Periodista, licenciada en ciencias de la comunicación por la Universidad Intercontinental.
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