20 de noviembre de 2009

Mi ciudad


Por: Enrique Medel Bolaños*
Fotos: Itzel Romero Rosales


La gran Tenochtitlan, el ombligo de la Luna, sin duda alguna una de las ciudades más hermosas del mundo, celosamente custodiada por la Sierra de Guadalupe, la Sierra del Ajusco y testigo del intenso romance entre el majestuoso Popocatepetl y la bella doncella Iztaccihuatl. La grandeza de su historia, la Conquista, la Independencia, la Revolución; lo imponente de sus palacios y monumentos; la tradición de sus barrios, Coyoacán, San Ángel, Tlalpan; todo esto y más hace que su gente se sienta orgullosa de decir: “yo vivo en la ciudad de México”.


Realmente podría escribir páginas enteras describiendo cada calle, cada rincón, cada construcción, cada leyenda y cada uno de los elementos que hacen de mi ciudad una de las más lindas, sin embargo, me duele decir que no ha escapado a los efectos del crecimiento demográfico. Siendo el centro económico y financiero del país, han llegado a ella un sinnúmero de inmigrantes de la provincia en busca de una oportunidad de empleo.

Con sus más de veinte millones de habitantes en la zona metropolitana, la ciudad de México es también una de las más pobladas y, pese al gran número de seres humanos que vivimos en ella, paradójicamente ha perdido su sentido humano: la hemos convertido en una verdadera selva de asfalto en donde prevalece la ley del más fuerte.

La velocidad con que se vive a diario, el estrés, la violencia, la delincuencia, la situación política y económica, entre otros factores, nos han hecho seres insensibles a lo que sucede a nuestro alrededor y solamente catástrofes como el terremoto de 1985 han logrado que reaccionemos y nos detengamos a reflexionar; pero al cabo de unos meses y sin darnos cuenta ya estamos inmersos de nuevo en la misma situación: nos hemos vuelto indiferentes y apáticos.

Pero no es lo único que se ha perdido, el impresionante crecimiento ha traído también una excesiva explotación del subsuelo, al levantar miles y miles de casas, edificios y construcciones como puentes, distribuidores viales y las numerosas líneas del Sistema de Transporte Colectivo (Metro), hemos alterado nuestro suelo provocando hundimientos, baches, hoyos y banquetas con diferentes alturas.

Quizá no parezca algo muy relevante o de gran importancia. Cierto, ese era mi sentir hasta hace unos años, hasta que un día me dí cuenta que mi realidad sería vivir lo que me resta sentado en una silla de ruedas, y bueno, por supuesto no me voy a quedar detrás de una ventana a ver la vida pasar; afortunadamente soy una persona que le encanta ir de aquí para allá.

La necesidad de transportarme me ha hecho cliente número uno de los taxis con el alto costo que esto conlleva: varias veces i ntenté utilizar otros medios de transporte como el Metro, camión o microbus y, si bien no es imposible, sí es muy difícil llegar a un destino en el que tienes que pasar por dos o tres rutas de un transporte totalmente inaccesible.


En estos 12 años que han pasado desde mi accidente y que he tenido que moverme sobre mi silla de ruedas, me he encontrado con muchas situaciones que a veces hacen pensar ¿qué hemos hecho de nuestra ciudad? Como cuando te ves obligado a bajar de las aceras por que están invadidas de vendedores ambulantes o encuentras una rampa que tiene como adorno una alcantarilla en medio o ¿qué tal cuando subes una rampa para llegar a la siguiente esquina y darte cuenta que no hay una rampa para bajar?

Después de esto ¿qué debo hacer?, ¿regresar a casa y esperar a que algún día esto cambie? Desafortunadamente la gran mayoría de las personas usuarias de silla de ruedas viven en el encierro; ciertamente la inaccesibilidad de la ciudad no es la principal ni la única causa de ello, pero si existieran la condiciones propicias, estoy seguro que sería tan común ver personas en silla de ruedas como personas a pie por las calles del Distrito Federal.


No sólo es mi deseo, sino también mi derecho poder salir a disfrutar de mi ciudad: he dejado de salir a bailar por las noches, no por que no pueda o por que me avergüence hacerlo en mi silla, sino por que los salones o lugares de baile no cuentan con las condiciones necesarias para recibir a personas en silla de ruedas, lo mismo pasa con algunos teatros, cines, museos y otros lugares de esparcimiento y cultura.

¡Qué rico poder ir al centro de Coyoacán a disfrutar de una deliciosa nieve o un elote lleno de mayonesa y queso, curiosear las artesanías, reír con el mimo o el merolico! Esto es algo que me encanta y que también se ha vuelto complicado, lo disparejo de sus adoquines, la falta de rampas y la gran cantidad de autos estacionados en los alrededores son un reto para mi silla de ruedas.

Los paseos dominicales en avenida Reforma son el pretexto perfecto para que las personas con discapacidad y, sobre todo, las que usamos sillas de ruedas, nos apropiemos de las calles y de su arquitectura perfectamente inaccesible. Si bien es cierto que el Gobierno del Distrito Federal realiza estos paseos para los ciclistas, la avenida luce más alegre cuando entre tanta bicicleta aparecen las sillas de ruedas, teniendo cabida más que nunca la frase “La ciudad es de todos y para todos”.

Lo anterior no es una utopía, por el contrario, con el apoyo de amigos, compañeros y de la Fundación Humanista de Ayuda a Discapacitados (FHADI), I.A.P., a la que orgullosamente pertenezco, he creado “Un domingo sobre ruedas”, una convivencia a la que están invitadas todas las personas que usan silla de ruedas, pero también aquellas que, por un día, por un instante, quieren ponerse en nuestro lugar y sentados en una silla recorrer el Paseo de la Reforma.

Es así como cada dos meses en punto de las nueve de la mañana comienzan a aparecer sillas de ruedas en torno del Ángel de la Independencia, y ya una vez agrupados partimos en busca de El Caballito, platicando, jugando, admirando edificio y monumentos vamos avanzando por los carriles centrales con el único impulso de nuestros brazos. Al final habremos regresado al punto de partida satisfechos por hacernos visibles a una sociedad insensible, una ciudad que nos excluye con todas sus barreras físicas, sociales y culturales.

* Contador público, vive con una discapacidad motriz por un accidente automovilístico ocurrido en mayo de 1997. Ha sido beneficiario de la Fundación Humanista de Ayuda a Discapacitados (FHADI), I.A.P., desde 2005. Está a cargo de las relaciones institucionales de dicha organización desde 2006.




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